Le propuse un café en aquel cruce de calles
mientras sus ojos miraban mis ojos
desempacaba discretamente
las maletas de su sonrisa.
Nerviosa, con cara de chica mala
estampando en mi ropa sus aromas
de mujer, llevando al recuerdo
las batallas en mi cuerpo
sus latidos infinitos
pasados de revoluciones
dando vuelo a sus dragones
de larga llama y ojos cegados
hasta quedar en cenizas mi sexo.
El café bordeaba discretamente
el canto del vaso después de acariciar
seduciendo con el sabor sus labios
y la yema de sus dedos rozando la crema
para sellarme la boca de amor.
Y llegó cupido con cara de chino
vendiendo rosas amarillas
por cada rincón del café,
que la flor más bonita
hirió mi pecho y salto al suyo
para pedirle a la tarde
el paso de la luna nueva,
de aquel viejo sofá de terciopelo
cuanta locura para el fulminar momento.
Las sirenas melodía del teléfono
que no para de sonar
el regreso de la monotonía
de ser roca en medio de la tempestad
de volver a no olvidar sus ojos,
del silencio entre el adiós
nunca sonó un hasta pronto
ni el murmullo de otra voz
solo testigo del momento
un café y un cruce de miradas
que en silencio de un amor prohibido
cada una se aparta para seguir su camino
tan mudos como siempre.