Cuantas noches han de pasar
para que tu cara eclipse la mía
sin franjas horarias de por medio
de un adiós.
Y cuantas olas han de golpearme
para darme cuenta que estoy inmóvil,
que no me muevo, pero siento y padezco
que todo gira entorno a mí, como una espiral
inconexa que absorbe mi sexo con el deseo
de paralizar la pasión heterogénea
del furor de mis pantalones que ya no corren,
vuelan.
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